Lo que hay que tragar

En nuestra biblioteca culinaria no solo hay espacio para los libros que nos ofrecen recetas sino también para  los que nos hablan de los alimentos que comemos,  como se producen y, lo que resulta aún más interesante, se comercializan. 

 Lo que hay que tragar es un libro escrito   por Gustavo Duch. En él nos habla de los agrocombustibles (Bio) y de la falacia que resultan ser (contaminantes, caros y dañinos); de los transgénicos, que iban a ser la panacea contra el hambre en el mundo. Al final ha resultado que las cosechas de maíz transgénico son menores que las del tradicional, seleccionado a lo largo de los años por la experiencia de los cultivadores.

  Explica también porqué se produce ese sinsentido de que ganaderos y agricultores no cubran los gastos de producción mientras que nosotros pagamos unos precios elevadísimos por esos mismos productos.  O como se dedican grandes extensiones a cultivar soja o maíz para hacer piensos con los que alimentar a los peces criados mediante la acuicultura. Habla de las percas del Nilo; mientras que la población alrededor del lago Victoria se muere de hambre, una cantidad exorbitante de esos peces serán convertidos en harinas de pescado que se dan como pienso a vacas y pollos.
 

 Cita, sin pelos en la lengua, a empresas como PESCANOVA -con sus criaderos de salmones en Chile- CALVO, TESCO, NESTLE y alguna otra, que tienen factorías en países del cono sur donde la legislación medioambiental es más lasa. Incluso menciona a MERCADONA -ya había oído que esta última presionaba a algunas empresas pequeñas o productores para que trabajaran para ella (sus marcas blancas) por unos precios irrisorios. Te invita a reflexionar sobre todos estos temas y te hace replantearte tus propios hábitos de consumo. Es muy difícil salirse de este sistema o engranaje en el que estamos inmersos pero sí podemos llevar a cabo pequeños gestos quepor si mismos apenas cambian nada pero juntos tienen gran impacto. 

maizales asturianos
    El simple hecho de comprar y alimentarnos con los productos de temporada en lugar de empeñarnos en comer ciruelas o cerezas en pleno invierno (en un capítulo del libro habla de la cantidad de kilómetros  que recorren los alimentos y el gasto en combustible que ello supone). Intentar comprar a los productores locales  -los alimentos no solo son más sabrosos sino también más baratos-. Concepto este, cocina de proximidad, que se  está implantando en algunos restaurantes

        Ahora que se está mencionando tanto la hambruna en el cuerno de África (esa es otra; etíopes y somalíes llevan muchísimos años en esta situación y parece que los medios de comunicación acaban de enterarse) es una lectura muy oportuna. Nos demuestra algo que sabíamos o sospechábamos; el hambre en el mundo no se debe a la escasez de alimentos sino a su desigual distribución o a los sistemas de producción (véase el caso citado  con las percas del Nilo)

  También nos habla -algo en el que no nos gusta pensar o queremos creer que ya no existe- de la esclavitud del siglo XX y XXI. Cuando deseemos cambiar nuestro ordenador, tablet, o teléfono móvil por otro de ultimísima generación quizás debamos  plantearnos en que condiciones se trabaja en las minas de coltán.

  No pretendo que renunciemos a la tecnología o que abandonemos el trabajo para cultivar la huerta y criar gallinas (salvo que sea eso lo que realmente queramos) pero si me gustaría que todos seamos  conscientes de que nuestros hábitos de vida y consumo tienen un impacto en el planeta y que intentemos que sea el menos dañino posible

(Esta reseña había sido publicada aquí)

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